Vienen y se sientan sin
presentarse, y te arrojan su vida como una bolsa de basura. Hey
perdone tengo un nombre, mi nombre doméstico y mis apellidos
políticos, así se empieza chaval. Pero te miran a la cara y te
dicen:
-- Te pasa algo, estás realmente bien. Te pasa algo tío.
-- Te pasa algo, estás realmente bien. Te pasa algo tío.
– Sí, bueno… La próstata se
me esta cayendo a pedazos.
– Pero estas bien, no. Tío.
Bien, no?
– Hey, hey, no me pongas palabras
en la boca.
El ritual es más o menos ese, y
comienza el empacho de una conversación nostálgica. Sí, el
recuerdo es una forma de suicidio. Y dices, Eh viejo, eh viejo, para,
todo eso de la identidad es una trampa.
– Has visto ese culo tío.
A eso no le hago ascos. Un culo
da para cuarenta folios de conversación. Un buen culo trae porvenir
y esperanza.
Estamos en la terraza de un bar
sombrío. Viernes, a quién se le iba ocurrir, un día como hoy: se
encuentran dos tarados.
Nos referimos el uno al otro, de
Tío, Viejo, Torongo. Etc. Ninguno se atreve a preguntar el nombre
del otro.
María se ha largado con el
larguirucho dominicano, debería desahogarme y tirarle toda la bolsa
de basura.
– Mi Novia se ha largado con el
larguirucho Dominicano.
– Tío, tío, no me cuentes tu
vida…
– Es verdad viejo! Dices
verdades como un puño, yo invito
una ronda. Un par de cervezas a
mi cuenta toro!
(minutos después con las
cervezas)
–-Sabes que Tío, hay todo una
enseñanza para no enamorarse.
– Anda, anda, como es eso?
– Es como un profiláctico
espiritual.
–Pero cómo…
–Tendrías que leer a mi poeta
maldito.
Así un púber prácticamente de
veinte años, empieza a jugar como un gatito conmigo. Empieza a fumar
su yerba y yo a emborracharme y ya no tenemos palabras sino un
tambor. Desdichado el que se vaya primero y le echo cuentas, y seré
yo sin duda. Le digo:
– Eh tío, dónde esta tu
maldito tazón de cereales para derramar mi orina sagrada.
– Tío, Torongo, cómo coño te
llames, ve e infecta ese pútrido bar con tu olor a orina.
(después de 20 minutos en el baño,
se ha roto la cremallera)
– No es tu noche viejo.
– A quién le importa. Hay un tren y me está
esperando enano.
– Te refieres al tren, O sea
al tren…
– Sí.
– Esos se van cuando estas
muerto.
Parece sabio el desconocido, a lo
mejor también sabe lo que es llorar por perder un calcetín, voy y
le pregunto.
– A qué te dedicas, tú que
sabes tanto de trenes…
– Nada de identidad loco, me ha
gustado esa frase.
Resbalo y caigo de la silla, se
caen todas las monedas al suelo.
– Coño hay doscientas euros en
monedas.
– Y de cincuenta céntimos
cabrón, para que lo escribas en tu cuadernito de los recuerdos.
Me ayuda a recoger todas las
monedas.
– Mira niño, sólo necesitas
ser dueño de un ego que te haga eyacular. Los últimos tramos son
puro trámite.
– Te acompañaré a casa.
–- Qué dices!!
– Apenas te sostienes chiflado.
– Te han educado entre
señoritas.
Son treinta minutos de trayecto.
El niño tiene la constitución de un roble, casi siento que estoy
volando. Trato de prestarle atención pero todo el alcohol que he
bebido, me está violando el cerebro, como diría Michaux.
– Sabes lo que es un buen culo,
chino?
– Puedes hablar, eso es bueno.
– Puedo pero desafino, ahí al
fondo del todo, en esas luces. Las ves.
– Pero si no puedes andar.
– No, no, es para ti. Yo beberé
una copa.
– Pretendes que pague con las
mil moneditas…
– Estoy sin tarjeta.
Diez minutos después estoy en la
Wiskería bebiendo café y escuchando a Rocío Durcal, he pagado yo
una a una con todas las moneditas… Para que el berraco se divierta a
gusto. Mientras tanto pienso, que debí decirle: mira chico hay dos
tipos de soledad, la que no tiene mundo, y la que lucha por él.
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